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UN GATO EN EL BALCÓN

LOS FALSOS LIBERALES

 

    Hace tiempo ya edité en este blog un tema parecido sobre el nuevo liberalismo y sus trampas.

 

    El liberalismo no debería ser malo para una sociedad decidida a sacrificar el bienestar social a los más desfavorecidos, los que no han tenido suerte o acierto en la vida.

    El ultraliberal prefiere que la sociedad mantenga el mínimo de seguridad a través de organizaciones de caridad, generalmente financiadas por iglesias o fundaciones, para el que no pueda pagarla.

    Hoy ya oímos voces que reclaman la vuelta a la sanidad pública anterior a la Universal. Por qué debemos cubrir sanitariamente a inmigrantes sin papeles, a los familiares de los que los tienen, se preguntan. Y el próximo paso será: por qué debemos cubrir al parado que ha agotado el límite del subsidio. No trabaja porque no quiere, dirán como excusa.

    Y es que la sanidad es cara, cada día más. Los medicamentos, las instalaciones y el aumento de pandemias o enfermedades que nadie sabía que existieran.

    Y nos preguntamos si todo eso no está promovido por el mismo sistema ultraliberal. La creación de nuevas necesidades, pandemias que no precisan medicación y sí una buena información, medicamentos antiguos con nuevos formatos, nombres, excipientes... el doble de caros.

    El ultraliberalismo busca la solución en la regulación, se aprovecha de ella como el delincuente que ataca el sistema al que después reclama justicia. Exige la ampliación de la jornada laboral, el contrato de 65 horas para buscar el dinero que precisa para la corporación, farmacéutica en este caso, en el sueldo del trabajador; se intenta la utilización profesional del enfermero para suplir al médico, no por agilidad o beneficio del paciente sino por el ahorro que significa.

 

    El liberalismo es malo si no se despliega en su totalidad, si se regula para beneficio de unos pocos, los grandes y económicamente influyentes. El liberalismo bien entendido no permite ninguna regulación, reglas que amparen y promuevan la desigualdad.

 

    En aquel tema hablaba sobre el caso de las multinacionales que, con la excusa de crear riqueza y empleo, consiguen planes de ayuda, desregulaciones, recalificaciones urbanísticas; con lo que es el resto de la sociedad, el tendero de la esquina, el peluquero, el mecánico, el ortopédico... los que pagan su instalación. Más tarde, los mismos que la han financiado, deben sufrir su competencia terminando muchas veces en la ruina o trabajando para ellos.

    La riqueza que la corporación aporta a la sociedad, es discutible y pobre en forma de sueldos bajos y la entrada de una masa inmigrante consumidora de bienes de consumo primarios, por lo que solo sirve para crear inflación, subir el precio de los productos básicos y la utilización de los servicios públicos a cambio de cotizaciones mínimas.

    En cuanto la situación económica empeora, la corporación precisa ayuda adicional, bajo la amenaza de un aumento de paro en proporción a su tamaño. La sociedad no puede permitirlo y debe alimentar al gigante. Ayudas, créditos oficiales sin interés o, una vez más, recalificaciones para aumentar su activo ficticio. Y otra vez es el pequeño y mediano empresario, la sociedad en general, los que terminan financiando el descalabro del gigante, cuando ellos, gracias a su infraestructura, apenas producen desempleo.

    Este liberalismo solo crea riqueza ficticia en forma de inflación y especulación del territorio que ocupa a cambio de una bajada de precios al consumo también ficticia, ya que no se basa en un recorte de márgenes sino en una bajada de precios al negociar a partir de una posición predominante.

 

    Hoy nos encontramos ante un nuevo desafío: establecer un sistema universitario adaptable en toda Europa, universalizar las titulaciones y el grado de preparación de nuestros futuros licenciados. Y eso no sería ningún problema si no fuera por el dinero que se necesita.

    El Estado liberal es pobre, no tiene recursos y los que dispone se dilapidan en medidas populistas y ayudas para mantener el beneficio de la banca. La solución es privatizarla, hacer que el estudiante y las familias paguen los estudios; y organizar las especialidades para el beneficio de las grandes corporaciones, a espaldas de la pequeña y mediana empresa.

    No tardaremos en descubrir ayudas parecidas al antiguo FORCEM, reguladas y repartidas por la Unión a través de los diferentes gobiernos regionales. La empresa que disponga de grandes recursos, gabinete legal e infraestructura administrativa conseguirá la mayor parte de las ayudas. El pequeño y mediano empresario deberá conformarse con las sobras que los distintos gobiernos ofertarán a través de oficinas especializadas, montadas por familiares de funcionarios, políticos o sindicalistas previo pago de sus servicios.

    Nuestros estudiantes recibirán la formación que la corporación decida y precise, mientras la pequeña y mediana empresa quedará relegada a la cola.

 

    Hace muchos años presenté mi producto a una gran corporación, sabía que les interesaba. La negociación fue interesante, beneficiosa y grata hasta el momento que su jefe de compras exigió una exclusividad demasiado restrictiva, aunque fácil de soslayar con un pequeño retoque en el diseño. Y me sorprendieron y ofendieron las palabras empleadas:

    - A ver si hundimos a todos esos moscardones-

    Se refería a la competencia, leal desde luego, de los comerciantes de su alrededor

    Entonces era joven y no sabía lo que hoy, que esos moscardones habían posibilitado, mi existencia, la suya y la continuidad de todos.

 

 

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