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UN GATO EN EL BALCÓN

ÁFRICA 3

 

    "Esa es distinta y habla por sí sola. Sin embargo, lo primero que probablemente se preguntará el lector es: ¿dónde estaba el autor para conseguir esa instantánea?

    Podría estar recortada, pero no, es imposible, el primer plano es demasiado grande y solitario, nadie puede hacerle sombra sin quitar su protagonismo. Entonces es que estaba en la patera, en su interior y a su lado... Es posible que saliera a pescar invitado por la familia, pero la cara de la madre, más de tensión y triste despedida que de regocijo, la última mirada a una tierra conocida, es demasiado elocuente; el cochambroso motor del que se espera un viaje sin retorno, los depósitos de gasolina para ir llenándolo..."

 

 

    ¿Es posible tanto engaño?

    Era de esperar. Nadie, ni el relator, es capaz de introducirse en una patera de inmigrantes si no es pagando.

    Pero la foto prometía la suficiente morbosidad. La mirada de la mujer, la gravedad de su semblante...

    No, nada de eso. La foto fue tomada antes de una excursión familiar en la que el relator fotógrafo fue invitado, y que sirvió para pescar unas buenas y sabrosas doradas que sirvieron para la cena.

    Las pateras  pequeñas y de pesca no son naves demasiado estables, pero cuando estás acostumbrado a navegar en ellas es muy difícil que zozobren.

    La foto, tal como está tomada, podría ser noticia en cualquier medio. Incluso la reseña del relator es atractiva, lo que demuestra hasta donde puede llegar la manipulación en las noticias gráficas y escritas. En ella, el relator se permite llamar la atención sobre lo cochambroso del motor; como demostración de para lo que servirá: un solo viaje y el transporte de una mercancía a la que no se le da ningún valor. También lo hace con el semblante de la mujer, que no pasa de ser un momento de preocupación por el retraso de un amigo al que se espera.


    El fotógrafo, como espera todo lector que lo conoce, es incapaz de fotografiar un drama humano y recrearse en su imagen, guardar la instantánea en caso de haberla fotografiado por descuido o morboso interés o, más aún, publicarla. Y eso, que para algunos lo hace merecedor de parabienes, lo siente como necesidad.

    La decencia, piensa, no debe ser premiada ni alabada; en todo caso es la indecencia la que debe ser perseguida y despreciada.

    Es más fácil, para un hombre que se siente como tal, seguir la decencia que evitar la indecencia.

 

 

    El gobierno español tiene un problema en las islas Canarias. Dispone de algunos miles de motores fueraborda de gran cilindrada, prácticamente nuevos. Las traficantes de hombres, en contra de lo que se piensa, invierten mucho dinero para asegurar el viaje y compran motores nuevos de ciento cuarenta a ciento cincuenta caballos. Esos motores solo deben servir para un viaje, ya que una vez en la isla se abandonan quedando en propiedad del gobierno central.

    ¿Qué hacer con los motores?

    Nadie lo sabe. En principio deberían servir para recuperar algo del dinero gastado en la gestión de la inmigración.

    A un político, se supone que en exceso confiado, se le ocurrió la brillante idea de donarlos al gobierno de Senegal con la condición de donarlos a los pescadores. Pensaba, inocente, que servirían para modernizar la pesca autónoma.

    Los cascos de las pateras de pesca no pueden soportar semejantes motores. Se partirían en dos y sin ponerlos en marcha. Se deberían lastrar sus proas para evitar el excesivo empopamiento y se hundirían sin más. Y en caso de ponerlos en marcha, probablemente saldrían disparados destrozando todo lo que encontraran a su paso.

    Se hizo un estudio sobre el terreno y, gracias a que los isleños son expertos en política africana, se descubrió que el gobierno senegalés ya tenía su proyecto: venderlos a los armadores de pateras de inmigrantes, los cuales se frotaban las manos ante su recuperación a mitad de precio.

 

    Los pescadores de la región utilizan pequeños y viejos motores, algunos no llegan a los siete caballos, comprados en el mercado europeo de chatarra.

    El que diga que los africanos son vagos e inútiles no conocen lo que pueden llegar a hacer con un motor que un europeo considera irrecuperable. Solo los armadores de pateras de inmigrantes pueden comprar motores de ciento cincuenta caballos, llenarlos de gasolina y perderlos en un viaje. La carne humana vale mucho y se valora más que el pescado.

    Un motor de esos puede costar entre cinco mil y seis mil euros, y Dakar es uno de los mayores mercados del mundo. Hay multitud de oficinas de las grandes empresas que los venden al por mayor, de tres en tres o más. Un negocio próspero y muy rentable en el que las principales marcas se disputan el mercado.

 

    Vender dos mil motores casi nuevos de esas características es complejo. Nadie, ningún puerto deportivo o asociación puede absorber tanto motor de esas cilindradas; eso sin contar los que requisa el gobierno italiano. Solo repartiéndolos por medio mundo se podría resolver el asunto, algo que a las principales marcas no les hace demasiada gracia y que conlleva un problema de logística y distribución que escapa a cualquier gobierno.

 

 

1 comentario

SaSsEiNa -

interesante! interesante!