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UN GATO EN EL BALCÓN

MANIPULACIÓN

 

Somos bombardeados con miles de imágenes, de noticias, de ideas... hasta casi el infinito.

Hace pocos años, de mediados a finales del siglo IXX, se representaba una realidad discutiéndola como si fuera cierta. El hombre era arrastrado a los movimientos de masas a través de sistemas que utilizaban una representación casi teatral. Los Estados, fieles herramientas de un poder fáctico, promocionaban el nacionalismo exacerbado, la diferencia racial y la supremacía cultural de sus ciudadanos.

A principios del siglo veinte y gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación: el cine, la radio y la mayor difusión periodística, el procedimiento tuvo que cambiar. Los medios de comunicación dedicaron sus esfuerzos en enseñar la parte que interesaba al sistema, sesgando, mintiendo sobre el tema tratado o degradando con invenciones plausibles al contrario. Los publicistas y propagandistas inventaron sistemas de emitir el mensaje con expresiones e imágenes alejadas de la verdad, pero realistas para el ojo y el oído del receptor. Eran los tiempos de la revolución soviética, y para movilizar al ciudadano se necesitaba algo más que la diferencia cultural, racial, o nacional. Los movimientos, aunque bajo el aparente paraguas nacional, incidían sobre la economía y el reparto de la riqueza. Los medios hablaban de ello por encima de cualquier tema. Los gobernantes, aunque altamente racistas por su clase social, no eran escuchados por su mensaje xenófobo y nacionalista sino por sus éxitos en la economía y el bienestar. Los gobiernos, como la religión, siempre van unos cuantos pasos por detrás de la sociedad. Defienden unos postulados o, mejor, basan parte de su discurso en algo que la mayoría no cree pero soporta como un mal menor.

Hoy vemos como el sistema, para seguir gobernando, utiliza medios mucho más sofisticados. La manipulación propagandística de antaño ya no convence; el ciudadano, al mejorar su cultura y ampliar la calidad de su información, es más difícil de convencer con engaños. La burda y pueril manipulación de la verdad en los tiempos de la guerra fría, dejaron a la ciudadanía harta de tanto embuste. Ahora es el tiempo de las tertulias radiofónicas y de la participación. El propagandista hace que el receptor sea partícipe de su historia, lo envenena, excita y hace que la comparta. Para ello lo escoge con cuidado, dejando de vez en cuando que participe algún contrario; siempre con el poder de ridiculizarlo evitando la posibilidad de réplica, en caso de que sea una tertulia radiada, o atrapándolo entre varios fuegos amigos si es televisada. En caso de que el sistema sea más popular y descontrolado se puede aislar económicamente hasta dejarlo en un lugar marginal, sin asfixiarlo para dar más verosimilitud a la libertad coartada.

 

El próximo objetivo es desarrollar un nuevo descubrimiento. El gobernado ha demostrado estar a la altura del gobernante; ya no le intimida conocer la verdad y asume su parte bastarda. El propagandista solo debe incidir sobre las ventajas a título colectivo de la política que publicita.

El desastre de Sarajevo, la invasión de Irak, el genocidio palestino... La imposibilidad de mantener la manipulación de la realidad, y el sorprendente descubrimiento que el público no necesitaba ser engañado para evitar sentirse cómplice.

Ya no es necesario mentir, sino sólo seguir manipulando para hacer creer al ciudadano que el desastre del vecino, su ruina y muerte puede beneficiarle. La vuelta a la nobleza y sinceridad de los tiempos de Roma, cuando el populacho chillaba felizmente histérico al ver las caravanas de esclavos encadenados y botines robados que prometían otro lustro de esplendor y riqueza.

No nos engañemos, los republicanos no perderán el poder por los engaños e infantilismos del presidente más mediocre de la historia norteamericana, sino por el encarecimiento y pobreza. La guerra no ha sido rentable y la ciudadanía se ha sentido engañada por ello.

El PP no perdió por la manipulación criminal; tampoco en sus feudos por robar con chulería o por denostar a una parte de la ciudadanía, sino por el olvido que ésta también tenía derecho a elegir.

Blair no perdió su sillón por sus mentiras criminales, sino por el desastre económico de una población de mileuristas embargados y arruinados, que esperaban una lluvia de petróleo barato.

 

Nos seducen con burdo engaño.

Pretenden que sigamos ciegamente a una bandera asesina, despiadada, intransigente...

Nos hacen creer que debemos fidelidad a un sucio trapo, enquistado por la sangre seca de millones de seres humanos, maloliente por la descomposición de la carne, de la mierda adherida en mil años de disputas de poder. Que sigamos su estela de guerras y muerte; el camino de reyezuelos y tiranos, que con la sangre de sus esclavos la mancharon hasta darle el color que hoy tiene. Oro de fondo, el aprehendido a sus vecinos y robado a sus vasallos; manchado de sangre, la de sus enemigos y de los hombres que tuvieron la suerte de nacer siervos de su casa. Nos prometen que si veneramos semejante detritus de la historia seremos hombres honorables, libres y felices.

 

 

2 comentarios

Neurotransmisores -

En el fondo nuestra mentalidad sigue siendo la de cualquier animal que quiere dirigir la manada.

Saludos.

Mela -

La manipulación de los pueblos viene de antiguo, ¿cómo si no mantenernos sumisos?

Pero a estas alturas, cuando ya es conocida por todos, no podemos exhimirnos de responsabilidad.

El poder del dinero es grande. O eso nos han hecho creer.

Beso.